Seleccione su idioma

Esta es la historia de cómo un viernes por la noche busqué sin éxito una chica que me abrazara y de cómo, sin quererlo, lo hizo una zarza a la mañana siguiente.

Unos días antes

Llevaba bastante tiempo sin salir a hacer MTB y por fin el tiempo parecía favorable para practicar un poco de deporte este pasado sábado. De hecho, no había salido en todo lo que llevábamos de año cuando, curiosamente, Enero es uno de los meses en los que más kms hago.

Las cosas empezaron a complicarse cuando se montó una cena de compañeros de trabajo para el viernes, sí la noche antes, pero como también hacía bastante tiempo que no salía de fiesta decidí echar el resto: haría las dos cosas y en todo caso ya dormiría el sábado por la tarde.

La cena

Así llegó el viernes noche... que si una cervecita antes en "el irlandés de las mamelludas", que si Lambrusco tinto para cenar, un cubata en un pub y otro par más en la disco. Cuando mi verticalidad empezaba a estar en entredicho intenté darle conversación a una chica morena pero ésta me ignoró por completo y se puso a hablar con Ximo. Hay que reconocerlo, no tiene rival con su jersey lila y sus zapatillas de reluciente charol negro las atrae a todas... y a todos. Da igual, la chica era más bien fea. También tenía pensado intentarlo con otra pero el hecho de casi cercenar la pierna izquierda de una de sus amigas al aterrizar de una salto, emocionado por alguna canción, me frenó un poco. Fue entonces cuando me di cuenta de que no debía beber más y de que Ximo tampoco porque comenzó a divagar sobre la amistad. Se me ocurre un teorema al respecto:

El grado optimo de alcoholismo se alcanza en el momento en el que se comienza a hablar de la amistad o se dice a alguien de los presentes "tú si que eres un amigo"



El taxi de vuelta a las cinco de la mañana entre risas y palabras mal articuladas. A y media estaba en la cama y tres horas mas tarde sonaba el despertador.

Y por fin vimos el Sol

Me costó levantarme pero más me costó salir a la calle. Los coches tenían los cristales helados, pese al sol, y hacía bastante frío. Menos mal que la temperatura subió bastante y se quedó un día primaveral. Después de todo, a las nueve y media, con mi puntualidad característica, estaba en Picanya el primero. Tras la llegada de Jesús y Elías salimos hacia Monserrat.

Para que se entienda diré que vamos a este pueblo cuando estamos en baja forma. No es una salida MTB pura ya que es todo asfalto y la usamos para coger forma porque es una subida continua pero suave. Al final haces algo más 40 kms.

En fin allí estaba yo, no me sentía muy cansado ni muy soñoliento pero Jesús se quejaba de que nunca habíamos ido tan lento y a mi me parecía estar al borde de la extenuación. Ya hacía un rato que habíamos sobrepasado Torrent cuando a nuestra izquierda se abrió un camino de tierra con una señal de ruta ciclista. Jesús se adelantó en plan explorador y después nos convenció para intentarlo.

Tierra, por primera vez ese día rodaba por tierra, salpicada de piedras sueltas de las que tienen la mala costumbre de girarte ligeramente el manillar o simplemente incomodar tu avance. Rápidamente me di cuenta de lo torpe que estaba. Mis sentidos no funcionaban como debieran. No conseguía esquivar esos malditos cantos ni llevar a mi Merida por donde quería. Entonces vi una rampa, la pista era ancha pero justo en la subida había un árbol cuyas ramas imposibilitaban el lado izquierdo que, de otro modo, hubiera sido el más fácil por el que escalar. En el centro, una roca a modo de escalón bastante alto impedía el paso. A la derecha una zarza de unos dos metros de alto dejaba caer sus numerosos tentáculos quedando sólo la opción de un estrecho pasillo entre ella y el escalón.

Mis compañeros pasaron sin excesivos problemas y era mi turno. Me aproximaba al punto difícil y mi manillar no estaba quieto... no recuerdo nada más. La siguiente visión que tengo es la de un latigazo en la cara con un par de pinchos enganchándose en mi corta barba. Mi frenazo en seco impidió que me introdujese por completo en la frondosa planta, menos mal, pero el mal bicho me cogía sin querer soltarme ni de la chaqueta corta vientos ni de la mochila de hidratación. Tras un poco de lucha me libré de ella y puedo dar gracias a mi casco, gafas y sobre todo a los guantes de invierno.

Retomé la marcha y decidí concentrarme en la medida de lo posible dadas mis condiciones ,así que me fijé en el suelo: más piedras, agrupaciones de excrementos pequeños y redondos que recordaban al caviar, olor a ganado y cuando alcé la vista un rebaño de ovejas y una autovía que cortaba el camino.



"Hay que volver, esto vuelve hacia Torrente", acordaron mis amigos que conocían esa zona. Dimos media vuelta y a los pocos metros, oh sorpresa, de nuevo el árbol, el escalón y mi amiga la zarza esperándome con los brazos abiertos. Nooooooooo! pensé, otra vez no. De nuevo me acercaba a ella pero esta vez de bajada de modo que se abría una nueva posibilidad: bajar por la roca. Cualquier cosa menos la zarza, me dije. Enfilé la roca y al caer la rueda delantera la horquilla se hundió casi al máximo haciendo su trabajo a la perfección. Un golpe más seco me anunció que la rueda trasera también había aterrizado y, de paso, que el arbusto de los huevos estaba superado. Pero mi trayectoria me había metido de lleno en una zona de numerosas piedras, algo así como si alguien hubiese desperdigado un gran saco de patatas justo delante de mí. Una de ellas trabó mi rueda trasera deteniéndome en seco, velocidad cero y momento de equilibrio y de no pensar. Cuando te ocurre algo así tu bici empieza a inclinarse y el horizonte se vuelve cada vez más vertical, llevas cogidos los pies a tus pedales automáticos que en esos momentos se convierten en tus enemigos. Si dudas vas al suelo. Si no tienes experiencia con ese tipo de pedales vas al suelo (algún día contaré mis numerosas caídas hasta que me adapté a ellos). Por suerte no pensé, a duras penas pude extraer mis pies de mis fabulosos Crank Brothers y cuando me di cuenta corría en paralelo a mi bici sin dejarla caer. Oía las risas de la zarza.

En fin, sólo hicimos unos escasos trescientos metros por tierra y tuve dos percances. Dos horas más tarde un buen almuerzo en un bar de Paiporta y por la tarde, al fin, a dormir.