Hoy, dos años después, he vuelto a llenarme del rojo barro de La Calderona.
Ha sido un día de perros, la humedad de la niebla me empapaba poco a poco y se hacia más densa conforme ascendía hasta el punto de que, a unos cuatro km de la cima de Rebalsadores, empezaron a caer gotas de agua del centro exacto de la visera de mi casco, mientras por las mangas de mi chaqueta se deslizaba el agua hacia mis guantes convirtiéndolos en esponjas. El ambiente parecía el propio de la lluvia pero no caía nada.
Todo daba igual. No había nadie a la vista, sólo yo en medio de una pista de tierra rojiza por caminos que no recordaba siguiendo mi GPS. Niebla, niebla y cada vez más niebla. Nunca me había resultado tan inútil cargar con una cámara de fotos,no habría ocasión para utilizarla.
Llegué a la mitad de la ruta y un desvío me introdujo en caminos desconocidos que se prolongarían catorce km más sin que yo supiera que mi navegador se iba a agotar un poco más tarde.
Me gusta la sensación de estar moderadamente perdido, me ha ocurrido alguna vez rodeado de campos de naranjos entre Almenara y Vall d'Uxo. Perdido pero con la tranquilidad de estar orientado, algo que no hubiese tenido en las pistas forestales próximas a Olocau. Afortunadamente unos veinte minutos antes de que eso ocurriera topé con tres ciclistas que me invitaron a acompañarlos. Son los únicos a los que he visto hoy, tal vez los únicos que estaban por allí en un día tan feo como este. Hay innumerables sendas y opciones a tomar por aquellos parajes pero la suerte, o mi buen karma, ha hecho que Dani, Jose y Juan llevasen la misma ruta de vuelta en el mismo momento.
Al final la adrenalina queda liberada en el descenso, en forma de una larga curva en la que te vas yendo al exterior poco a poco, o clavando los frenos porque simplemente te estás saliendo recto dos giros mas tarde. Es excitante, adictivo: notas como la horquilla se hunde, la rueda trasera culea a un lado y a otro pero no estás en el suelo, detenido casi por completo, cercano al borde exterior de la herradura que forma el camino, giras el manillar para orientarlo de nuevo, no piensas en ello, pedaleas y te sumerges en la inmensidad de la pista roja.