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Cuando no te dejan desconectar

Empezábamos el día temprano, madrugando para aprovechar el día, lo que quiere decir que la mayoría de nosotros se despertó a las 10:30. Justo a esa hora Roberto se empeño en hacerme trabajar un poco. Así que tuve que ponerme a trabajar mientras escuchaba lejanos mugidos de ganado .

 

 

Rumbo a Potes

Entre unas cosas y otras al final conseguimos salir de casa hacia Potes a eso de las 13 h. Nos dimos una vuelta por el pueblo, muy bonito por cierto. Se puede visitar la Torre del Infantado y las iglesias, etc. Pero la verdad es que es suficiente callejear por el pueblo por su belleza.

 

Después buscamos un lugar para comer cocido liebanés. No había para todos así que a mi me tocó un plato de cocido montañés, justo el de la foto. La verdad es que son muy parecidos en cuanto a ingredientes.

 

 

Todo parecía perfecto pero quien escribe estaba a punto de liarla. La maniobra fue digna de ser grabada en vídeo: dí un manotazo a una copa de vino e intenté cogerla antes de que cayera pero, con esa habilidad que me caracteriza, terminé dando un segundo manotazo a otra copa, con lo cual terminaron sobre la mesa las dos. Ambas estaban hasta arriba de vino. Al caer la segunda copa noté como el vino me alcanzaba en la cara. La gente me miraba atónita por la espectacularidad de la escena y cuando digo la gente digo que todo el maldito restaurante se descojonaba de mí.

 

En la foto podéis ver como quedo la mesa. Lo peor es que sólo era el primer día y a partir de ahí tocaba sufrir el cachondeo de los colegas cada vez que nos sentábamos a desayunar, comer o cenar.

 

Subiendo el "Mortirolete"

Después de comer un poco más de paseo y vuelta a Armaño con el tiempo justo para dar una pequeña vuelta con las bicicletas y quitarnos el mono. No había tiempo para mucho porque salimos a las 20:15 así que fuimos hacia la ermita de San vete tu a saber quien, la de Armaño vamos, a media hora si fuésemos andando según nos dijeron. Pero la subida era terrible con bastantes tramos al 20% de desnivel y un máximo de 35% que seguramente habré hecho andando ya que pusimos el pie en tierra bastantes veces. A la inclinación se le unían los surcos dejados por los vehículos que transitan por allí y, al final, terminabas por meterte en uno sin posibilidad de salir de el o simplemente te patinaba la rueda trasera y no podías reemprender la marcha.

Estando arriba, y después de tanto esfuerzo, que menos que unas fotos para inmortalizar lo que luego Beni bautizó como "La Subida al Mortirolete". Al final los convencí (no me costó mucho) para sacar una foto de las mías:

 

En cuanto a la bajada volvimos por donde habíamos subido. Con ese desnivel no se dejaba de frenar y en un momento dado estuve a punto de irme al suelo porque bloqueé la rueda trasera y empezó a dar bandazos justo antes de unos de los caballones que canalizaban el agua. Pero tuve suerte: solté el freno trasero y recuperé una trayectoria recta justo antes del obstáculo. En fin subidón de adrenalina que es para lo que se hacen estas cosas.

 

Al final empleamos algo más de una hora para hacer ¡sólo cinco kms ida y vuelta! Volvimos de noche y cansados pero aún no habíamos tenido suficiente.