El pelotón de los GOES
El jueves tocaba senderismo y lo teníamos todo perfectamente planeado hasta el último detalle... Bueno en realidad no, así que fuimos a un punto de información para que nos recomendaran algunas rutas y de paso preguntamos si creían que llovería.
Haciendo gala de mi carisma, liderazgo y capacidad para la toma de decisiones críticas me desmarqué de los que preguntaban en el punto de información turística y, mientras tanto, me hice amigo de una cántabra pelirroja que se encontraba por allí:
Después, un poco de discusión para elegir una de las rutas que les habían explicado. Menos mal que estaba yo allí para poner un poco de orden y escoger una en base a unos criterios razonables a partir de la climatología y las características físicas de las personas de la expedición:
- A mi me da igual – Dije yo. Ante tan inapelable argumentación, poco después, se acordó visitar Porcieda.
Allá íbamos. Parecíamos una maldita expedición al Himalaya: bastones telescópicos para caminar, mochilas de hidratación, botas goretex, sombreros con rejillas de ventilación, gorras con protección contra el Sol en la zona del cuello... ¡Ah! también un par de Walkie Talkies y dos GPSs.
Había que vernos, daba gusto. Los que llevaban bastones marcaban el paso al frente y los demás marchábamos en fila como lo haría un pelotón adentrándose en una selva del mismísimo Vietnam. Ernesto parecía un condenado cazador de elefantes en el corazón de África.
Y en eso que cuando llevábamos una par de kilómetros nos cruzamos con una pareja que volvía del lugar al que nos dirigíamos nosotros. Vestían vaqueros y zapatillas deportivas y al vernos a penas podían contener una carcajada mientras nos sonreían y saludaban.
Al ver a esta pareja paseando tranquilamente de vuelta a Potes, donde comerían a una hora razonable (porque ellos sí habían madrugado mínimamente) y podrían dedicar la tarde a otra cosa, y que, además, eran lo suficientemente razonables como para hacer una ruta de 7 km sin parecer que se iban al Camino de Santiago, no pude evitar pensar que parecíamos una horda de domingueros agilipollados, boy scouts de treinta y pico años dirigiéndose a una fiesta de disfraces en algún punto de la montaña.
Porcieda
Un kilómetro antes de llegar nos encontraremos un pequeño sendero que nos lleva a un monasterio abandonado del que quedan unas pocas piedras que dan idea de lo que era la planta del edificio. Poco después de encontrar ese sendero ya podremos divisar el pequeño pueblo.
En cuanto al pueblo es realmente bonito. Era lugar de paso de peregrinos una par de siglos atrás y al variar su ruta el pueblo y el monasterio cayeron en el olvido. Hay una docena de casas que llaman la atención por sus pequeñas puertas y, aunque con muchas vigas torcidas, la conservación del conjunto es bastante buena.
Allí comimos un poco antes de las 16h mientras unas nubes negras se cerraban sobre nosotros. Aún así tuvimos suerte y durante la vuelta aguantó sin llover justo hasta que llegamos a nuestros coches.